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Lo que se ha sostenido b sicamente es que Chile
Lo que se ha sostenido, básicamente, es que Chile se encontraría ya a las puertas mismas de convertirse en un país desarrollado y que, para consumar este viejo y apetecido anhelo, solo bastaría realizar un último y decisivo esfuerzo, perseverando en el camino emprendido en las últimas tres décadas, vale decir, en la implementación de políticas de sello neoliberal. Lo cuestionable, sin embargo, como lo ha evidenciado el abrupto eclipse de estas expectativas triunfalistas gatillado ahora por la pronunciada caída en el precio del cobre, es el pobrísimo, y en definitiva erróneo, concepto de desarrollo que se encuentra a la cytokine inhibitors de tales anuncios. Así, por ejemplo, en el documento especialmente preparado por las autoridades chilenas para el primero de los seminarios antes aludidos se sostiene que: En esta misma línea, los expertos neoliberales suelen identificar a un país desarrollado simplemente como aquél que, como consecuencia de un mayor pib por habitante, se mostraría aparentemente capaz de ofrecer a su población una «mejor calidad de vida», invocando luego como indicador clave para validar dicha tesis al Índice de Desarrollo Humano del pnud: En consecuencia, y de acuerdo a los estándares asociados a esta nueva teoría de los «umbrales de desarrollo», Ricardo Lagos se había anticipado para anunciar que Chile sería ya un país desarrollado al momento de conmemorar el bicentenario de su Primera Junta de Gobierno, es decir, para el año 2010. Los sucesivos anuncios posteriores han ido postergando la fecha del magno acontecimiento. Así, al momento de llevarse a cabo el primero de los seminarios realizados bajo el gobierno de Sebastián Piñera, sus expertos estimaron que, creciendo a una tasa promedio de 6% anual, Chile podría alcanzar la anunciada y anhelada meta en el año 2018, con niveles de pibper cápita similares a los exhibidos en 2009 por países como Portugal o la República Checa. Más allá de lo pertinente o no que puedan resultar con respecto al objetivo específico que se proponen alcanzar las medidas propuestas por tales expertos, en su mayor parte orientadas a promover y facilitar la acción del gran capital, la pregunta relevante es por el concepto mismo de desarrollo que subyace a estos anuncios. Un concepto que, como ya hemos dicho, ha sido acuñado por los principales organismos económicos internacionales y avalado luego por el nutrido contingente de economistas que forman parte del «colegio invisible» de la profesión. La pregunta que se plantea entonces, es ¿qué debemos entender por un país y una economía desarrollados? ¿Simplemente, como se nos dice a Peptite strains of yeast través de estos anuncios, aquellos que logran cruzar un determinado umbral de pib por habitante medido en dólares ppa (Paridad de Poder Adquisitivo), sin importar mayormente cuál sea la naturaleza, independencia y sustentabilidad de sus actividades productivas? Vale la pena, aunque sólo sea por la amplia difusión alcanzada por tales planteamientos y el impacto que esto tiene sobre la comprensión general del problema, detenerse a examinar más de cerca lo que el desarrollo económico efectivamente significa con el propósito de determinar si los anuncios formulados en tal sentido, sea respecto de Chile o de cualquier otro país, resultan o no pertinentes a la luz de los rasgos que son característicos de la realidad económica a que se alude. En consecuencia, nos proponemos responder brevemente aquí a tres cuestiones directamente relacionadas: a) ¿Qué debemos entender por desarrollo económico?b) ¿Qué posibilidades de desarrollo existen para una economía primario-exportadora como la chilena bajo las actuales condiciones del capitalismo globalizado?; c) ¿Cómo es posible orientar la lucha por el desarrollo económico en estas condiciones? Sin duda, lo más llamativo de los planteamientos antes aludidos sobre el desarrollo económico, es que las enormes complejidades estructurales que aparecían asociadas a la problemática del subdesarrollo en los debates académicos de las décadas de 1950 y 1960 desaparecen ahora como por encanto. El problema se revela, de golpe, infinitamente más simple, claro y comprensible que entonces. Todo se reduce a lograr que, de acuerdo a los indicadores convencionales de desempeño, la economía «crezca» de manera más o menos sostenida, sin que importe cómo y a una tasa lo más elevada posible, hasta lograr superar un determinado monto de producto por habitante. La «calidad de vida» viene por añadidura como efecto inevitable de un ulterior «derrame» de la riqueza producida. Eso es todo.